
Entrenar al aire libre es una forma de reconectar con lo esencial. La luz natural, el aire fresco y el cambio de entorno influyen directamente en nuestro estado de ánimo y en cómo nos sentimos durante el movimiento. A menudo, solo con salir de casa ya estamos dando un primer paso hacia el bienestar.
Una caminata consciente, una clase de yoga bajo el sol o una sesión de fuerza en el parque pueden transformar la energía de un día entero. No se trata de intensidad, sino de presencia. Escuchar el cuerpo, adaptar el ritmo y disfrutar del entorno convierte cualquier práctica en una experiencia más completa.
Además, moverse al aire libre también mejora la relación con el cuerpo. Alejados de los espejos y del juicio constante, muchas personas se permiten soltarse, respirar más profundo y conectar desde otro lugar. El entrenamiento se vuelve más libre, más intuitivo, más auténtico.
Mi consejo: sal, aunque sea diez minutos. Muévete con lo que tengas. No hace falta hacerlo perfecto, solo hace falta hacerlo real. A veces, basta con estirarse mirando al cielo para recordar que el cuerpo también necesita aire, espacio y naturaleza.
“A veces, el mejor gimnasio es el suelo bajo tus pies y el cielo sobre tu cabeza.”